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El museo cerámico de Garrido

Las piezas adornan el patio de su vivienda y espera adquirir algunas más. // CharryTV

El rondeño cuenta con una colección personal de más de 600 azulejos de diferentes épocas, tamaños y estilos

Paloma González

Por todos es conocida la faceta divulgativa y de investigación del rondeño Antonio Garrido. Este exempleado de banca siempre ha sentido un profundo amor por su ciudad y su historia, lo que le ha llevado a escribir numerosos libros y a coleccionar otros tantos.

Precisamente, su biblioteca es admirada y hasta envidiada por algunas instituciones ya que posee numerosas joyas literarias originales. Lo que muchos desconocen es su fascinación por los azulejos.

“Como sabéis, he tocado mucho el tema de los viajeros románticos y quería que quedase constancia en los libros y en las paredes. Después de mucho insistir al gobierno municipal, logré que se le dedicara un mural en una de las paredes del Convento de Santo Domingo con traducciones hechas por mí. De ello puede dar cuenta mi buen amigo Isidro y su mujer, María, quien realizó el azulejo”, explica.

El primero que incorpora a su patio es un azulejo realizado por Cristóbal Aguilar en el año 2015 con el número de su casa. A partir de ahí, y en parte fascinado por el trabajo de Aguilar, comienza a desarrollar una pasión, “no sé si loca, pero pasión”, por estas piezas de cerámica.

Además de varias obras del artista rondeño en un gran formato, Garrido cuenta con más de 600 azulejos de diferentes épocas, tamaños y estilos. No nos puede dar una cantidad exacta porque ha perdido la cuenta.
Técnicas asiáticas, cerámica portuguesa y sevillana, un homenaje a Segovia, originales de Zuluaga, rincones de Ronda, animales, escenas paganas y costumbristas, elementos religiosos, cerámica en relieve… Todo tiene cabida en el patio de Antonio Garrido, siempre y cuando sea una buena pieza.

De hecho, la persona que se encarga de mantenimiento, Emilio, nos explica que han aprendido a diferenciar cuando son originales y cuando son de imitación o hay que desecharlos porque en cuanto les da el sol, acaba despegándose la lámina.

“No es fácil encontrarlos y algunos hay que restaurarlos. Otros llegan envueltos con otros materiales que pueden dañarlos por lo que tenemos que tener mucho cuidado. Después lo limpiamos como si fuese un cristal y procurar que no manchen mucho”, añade.

Emilio eleva la cifra a más de un millar, aunque tampoco sabe darnos una cifra exacta. A ellos hay que añadir un banco situado en la entrada similar a los que había en el desaparecido Recinto de Festivales de la Alameda del Tajo (espacio que hoy ocupa el Teatro Municipal Vicente Espinel).

Aún le queda testero en el patio; un lienzo en blanco para seguir rellenando con nuevas piezas de azulejos que hagan aún más valiosa esta peculiar colección.