Antonio Guerrero, el guardián de La Indiana

Lleva toda su vida en la pedanía rondeña y se está convirtiendo en un experto de las hondas
Dicen los vecinos que es el abuelo de los niños y una de las personas que mejor conoce este entorno rural.
Dicen los vecinos que es el abuelo de los niños y una de las personas que mejor conoce este entorno rural.

Paloma González

Antonio Guerrero nació en La Indiana un 17 de abril de 1948. A sus 76 años, nunca se ha planteado marcharse de esta pedanía rondeña. “Sólo me fui para hacer el servicio militar. Y tengo un pisito en Ronda, pero a mí me gusta más esto”, asegura.

Algunos de los vecinos le llaman el abuelo, por ser uno de los más mayores, mientras que otros le denominan el guardián, pues explican que siempre está pendiente de todo lo que pasa en este núcleo rural y es el primero que detecta algún desperfecto.

“Claro que me conozco bien La Indiana. Yo me crie en la Huerta del Pepino, en el Hoyo Tabares. En 1978 me casé y me vine a la Rivera de las Parras. Siempre he estado trabajando en el campo”, añade. Ha faenado en una granja durante más de 40 años y ahora sigue cuidando de sus animales y su huerta. “Ahora estoy más cansado por la edad, pero, mientras pueda, seguiré”, afirma.

Antonio ya ha dejado huella en todos sus vecinos. No obstante, su nueva afición le va a permitir dejarle un recuerdo muy especial a cada uno de ellos. Resulta que desde hace poco más de un año y medio ha empezado a fabricar hondas con hilos de alpaca y ya ha regalado unas cuantas.

“Bien, bien, lo que se dice bien, no las sé hacer. Mi tío Miguel era el que sabía hacerlas. Esto sirve para tirar piedras cuando se guarda el ganado. La gente joven ya no la utiliza, pero yo le tengo mucho cariño a una que me regaló mi tío. Cuando la veo me acuerdo de él y espero que cuando vean las que yo he hecho, se acuerden de mí”.

Ya ha mejorado bastante la técnica y le falta tiempo para atender a todos los pedidos porque todo el que conoce a Antonio quiere una. Sin embargo, no es tarea fácil ya que, según sus palabras, duelen muchísimo los dedos.

“Hay que tensar y apretar muy bien y eso te hace los dedos polvo. Lo peor que tiene son los empalmes donde se cocola la piedra”, destaca. En cualquier caso, Antonio se siente muy afortunado y agradecido con la vida, la cual espera que sea muy larga. 

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