María, Clara y Esther, tres generaciones de peluqueras en Benaoján

La abuela fue la primera en coger las tijeras y la madre se especializó en los recogidos, mientras que la hija apuesta por la barbería y los cortes atrevidos
Conocemos la historia de esta familia en la peluquería, ubicada en la calle Cruces del municipio benaojano.
Conocemos la historia de esta familia en la peluquería, ubicada en la calle Cruces del municipio benaojano.

Paloma González

Si preguntan en Benaoján por la peluquera María Gómez, es posible que mucha gente no sepa responder; pero si preguntan por Clara o María Esther todo el mundo les dirá que vayan a la calle Cruces. Esta peluquería es uno de los negocios más antiguos del pueblo. Su origen es humilde, ya que la primera que cogió las tijeras fue la madre de María, a la que todo el mundo conoce por Clara.

“Mi madre, que también se llamaba María, pelaba a lo garçon porque era lo que se llevaba en la época. Yo entonces era muy jovencita, pero recuerdo que las mujeres venían a nuestra casa con la cabeza lavada y yo ayudaba a afeitar los cuellos”.

Ella aprendió de su madre, pero desarrolló un estilo muy personal. Ha tenido clientas de toda la Serranía de Ronda, dominando especialmente el recogido, sobre todo para fiestas. “Con 16 o 17 años trabajaba en una fábrica y los fines de semana peinaba a la jefa y a otras mujeres. Llegó un momento en el que tenía tantas clientas que decidí dedicarme únicamente a la peluquería, aunque los comienzos no fueron fáciles”.

Clara se casó y el salón de su vivienda también sirvió de salón de belleza. “Lavaba con una botella de agua y un cubito. La caja del dinero estaba debajo del paño de la mesa”. Con el tiempo pudo comprar la vivienda contigua e instalar su negocio en el mismo espacio que ahora pertenece a su hija Esther.

“Yo tampoco sabría decirte la cantidad de novias que hemos peinado o el número de mantillas que ha puesto mi madre, sobre todo para las mayordomas”, asegura la hija. Su historia ha sido parecida a la de su madre ya que ella también ha crecido entre rulos, secadores y laca.

“Yo recuerdo que tenía todas las muñecas con el pelo cortado y teñido con los tintes de mi madre. Me tiraba todo el día aquí o en la calle, sentada en el escalón. Mi madre tiene su carnet oficial, pero yo sí me formé en una academia. No obstante, siempre digo que ella ha sido mi maestra porque la mayor parte de lo que sé ha sido gracias a ella”.

Esther ha introducido técnicas más modernas, ha incorporado la barbería y está en continua formación aplicando las últimas tendencias. No obstante, afirma que disfruta con los cortes atrevidos:

“Yo siempre digo que la peluquería es un arte. Hay que formarse, siempre, pero también hay que llevarlo dentro porque yo disfruto cuando una clienta confía en mí y me deja que sea yo la que experimente y la que decida qué le puede venir mejor. Esto es mi pasión, forma parte de mi vida y creo que no podría dedicarme a otra cosa”.

Esther es la tercera generación, pero hay una cuarta en camino. Su hija, Carla, ha decidido seguir los pasos de su bisabuela, su abuela y su madre y ya se está formando en una de las mejores escuelas que existen actualmente.

“Para nosotros es un orgullo. No es fácil porque estar todo el día de pie a la larga pasa factura, la artrosis en las manos es muy frecuente en este sector, somos autónomos y hay épocas en las que prácticamente no tienes horarios. Pero yo sé que a ella le gusta, que lo disfruta tanto como nosotras y aquí estaremos para apoyarla en todo lo que necesite”, afirma Esther. 

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