Con la que está cayendo hablar de Derechos Fundamentales resulta hoy día, cuanto menos complejo ya que culpar de la situación que atravesamos sólo y exclusivamente a nuestros políticos parece una forma barata de tranquilizar nuestras conciencias que parecen estar más bien incómodas por lo que hicimos y por cómo estamos.
Quizá sea injusto culpar únicamente a los socialistas que en su momento negaron la crisis y que nos empujaron hasta la mayor sombra al igual que debe serlo fijar cual saco de golpes al gobierno actual el cual se equivoca, a mi parecer, al querer recortar en todas las áreas pero que en definitiva, quiero pensar, busca velar por nuestros intereses.
Lo cierto es que lejos de entrar en el aspecto económico el cual parece ser el germen de toda la problemática actual; quisiera referirme a esos derechos de los que todos presumimos y nos gloriamos en exigir y de aquellas obligaciones que con tanta asiduidad tendemos a olvidar o preferimos no recordar.
Lo cierto es que vivimos en un Estado llamado de derecho en el que los servicios públicos resultan ser el bastión principal de esta democracia y que tan entredicho se encuentra hoy día debido a los necesarios recortes, a la mala gestión llevada por progresistas y conservadores; y ello aumentado por el uso demagógico y electoralistas que tantos usan para llegar al poder y seguir haciendo lo que les gusta o lo que saben hacer; política populista.
En cualquier caso, para exigir Derechos parece inherente que lo primero que hemos de tener son PRINCIPIOS ya que de no ser así podemos caer en tan grave error de exigir nuestro derecho pisoteando el del vecino.
Y a pesar de que pueda resultar un obviedad cada día seguimos observando casos y más casos de personajes (que no personas) que andan intentando arreglar la situación en la que nos encontramos con la ley del talión por Bandera. Aquella que pretende conseguir unos derechos avasallando a todo, sea objeto o persona, que sea preciso.
Sólo hay que ver a aquellos que se manifiestan por la libertad y sus derechos y terminan profiriendo insultos de muerte contra la policía o arrojando botellas y mobiliario urbano.
Sólo hay que ver a aquellos que reivindican un trabajo en jornadas de huelga pero impiden que otros puedan desempeñar sus labores.
Sólo hay que ver a quienes llaman dictadores a los gobiernos mientras intentan imponer la bandera tricolor.
Sólo hay que ver a quienes exigen sanidad pública y educación de calidad pero que se les olvida pagar sus impuestos.
Sólo hay que ver a quienes critican leyes sobre el orden público por ser innecesarias pero perturban la seguridad de la ciudadanía.
Sólo hay que ver quienes reclaman libertad pero se la niegan a sus semejantes.
Sólo hay que ver quienes exigen democracia pero quieren imponer sus pensamientos.
Sólo hay que ver quienes exigen un estado democrático pero apoyan la cadena perpetua.
Sólo hay que ver quienes critican el derroche pero siguen chupando del bote que les tocó a dedo (ya sea una administración o partido político).
En definitiva tantos y tantos casos que nos cruzamos cada día de profetas descarriados que pretenden dar con la solución de todos sin pararse a pensar que el principal problema no es el común sino el propio y que no podremos contribuir a la solución del problema general hasta que no se solucionen los problemas de casa.
Problemas que en muchos casos tienen una solución compleja ya que pasa por la educación en valores y el respeto y que por desgracia eso, más que algunos quieran vendernoslo, no se encuentra a la venta ni se consigue con dinero.
Todos somos objetivo de la incoherencia si bien antes de echarnos las manos a la cabeza no estaría de más pararnos a pensar en quienes somos, qué hacemos y qué hicimos. Quizá así, aunque sea por un tiempo, logremos evitar el contagio del Virus de la Incoherencia.