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La odisea de viajar de Guayaquil a Ronda en mitad de un estado de alarma

la rondeña Ani Rosillo planeó disfrutar de 20 días en Ecuador mientras visitaba a su familia y las circunstancias han provocado que pase dos meses en el país andino. // Ani Rosillo

la rondeña Ani Rosillo planeó disfrutar de 20 días en Ecuador mientras visitaba a su familia y las circunstancias han provocado que pase dos meses en el país andino. // Ani Rosillo

La rondeña Ani Rosillo y su marido viajaron a Ecuador para visitar a sus familiares en marzo y, tras regresar a inicios de mayo, cumplen cuarentena en Ronda

13 May 2020 - 12:31 // Charry TV Noticias

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La Laguna Negra es uno de los entornos que Rosillo ha tenido la oportunidad de disfrutar durante su estancia en Ecuador. // Ani Rosillo
La Laguna Negra es uno de los entornos que Rosillo ha tenido la oportunidad de disfrutar durante su estancia en Ecuador. // Ani Rosillo

María José García

Cuando Ani Rosillo, presidenta del Centro Andaluz de Ronda, echa la vista atrás para recordar cómo ha vivido las últimas semanas, se muestra incrédula y abrumada por la experiencia vivida. A principios de marzo, ella y su marido viajaron a Ecuador, concretamente a Santa Ana de los Ríos de Cuenca, para pasar unos 20 días con sus familiares.

“El sitio donde vive mi hija es como un oasis dentro de Ecuador, una ciudad cuyo centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, entre el Amazonas y los Andes y con un clima muy bueno”, describe Rosillo.

No obstante, las restricciones impuestas a raíz del brote de coronavirus, que asola ya a buena parte del globo, han alargado la estancia de ambos en el país andino hasta dos meses.

A principios de mayo, consiguieron un vuelo directo de Guayaquil, una de las ciudades más golpeadas por el virus en Ecuador, a Madrid, desde donde pudieron viajar en tren hasta Ronda. Ya en casa cumplen una estricta cuarentena por precaución y hacen balance de su pequeña odisea.

Ecuador impuso el toque de queda entre las dos de la tarde y las cinco de la mañana cuando comenzaron a detectarse los primeros contagios en el país. El horario de apertura de los supermercados se limitó de 8:00 a 12:00 horas, se decretó el cierre de los mercados y la población, concienciada desde un primer momento con las circunstancias, comenzó a usar guantes, mascarilla y desinfectante de forma habitual.

“Esperábamos que hubiera algún vuelo directo, y nos avisaron de que a principios de mayo habría uno de Guayaquil a Madrid. Eso sí, el viaje de Cuenca a Guayaquil pareció una película de guerra”, admite la rondeña, que no escatima detalles a la hora de narrar su aventura.

“Tuvimos unos cuatro o cinco controles, había una burocracia tremenda, y cada vez que nos paraban enseñábamos nuestro pasaporte, nuestro salvoconducto y el de nuestro taxista. Guayaquil parecía un embudo, con esa cantidad de coches y de policías, y al llegar hacía un calor horroroso”, recuerda.

La incertidumbre no abandonó en ningún momento a Ani y a su marido Antonio, temerosos de no llegar a tiempo a coger el avión: “Cuando llegamos al aeropuerto estaba cerrado, y había unos 100 metros de personas esperando en la puerta. Hasta que la embajada no lo autorizara, no podíamos entrar, y tuvimos que esperar más de tres horas. Nos tranquilizamos al ver llegar al personal de la embajada, que tenía la lista de pasajeros y pudimos acceder, aunque una vez dentro no funcionaba nada, el personal tuvo que hacer la facturación de forma manual”.

Hace un par de días, la compañía Iberia ha debido afrontar la denuncia de varios ciudadanos al organizar un vuelo sin cumplir con la distancia de seguridad recomendada. Ani cuenta que pese a que el avión en el que viajó unas 11 horas “estaba lleno hasta los topes”, se percibía limpio y desinfectado, y tanto el personal como los pasajeros llevaban mascarilla y guantes.

“Pensábamos que al llegar a España nos tomarían la temperatura, pero qué va. En Madrid no hubo control de ningún tipo, nos recibió la policía dándonos la bienvenida, y cogimos un taxi a Atocha”, relata la presidenta del Centro Andaluz de Ronda, que no disimula el desconcierto que sintió al ver la madrileña estación totalmente desierta.

“Lo más duro de llegar a Ronda, fue ver a mi hijo en la estación y no poder abrazarlo, me dio una sensación de soledad… Y ver la ciudad tan vacía”, admite, y añade: “Llevo casi una semana que no me hallo con todo lo que ha pasado. Además teníamos una doble preocupación, porque en nuestro hotel y restaurante hemos tenido que aplicar un ERTE a nuestros 14 empleados”.

Rosillo concluye que esta experiencia, que nunca olvidará, le ha demostrado “lo vulnerables que somos” y lo lejos que está realmente de su familia. En concreto a su hija y su yerno, ambos profesores que han debido adaptar sus clases a las videoconferencias. El futuro en el país andino, tras las revueltas del pasado otoño por el precio del combustible, vuelve a sufrir un duro revés con esta crisis. 

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